Si hablando de una aldea podemos contar el mundo, y convertir una pequeña anécdota en una verdad universal, es porque las personas no somos tan diferentes entre nosotras. Cada individuo es único, pero los rasgos de personalidad básicos tampoco son tantos, ni nuestras motivaciones. Todos somos pensamiento, sentimiento y actos, sólo que combinados en diferentes dosis. Hay personas perfeccionistas, otras que centran su atención en los demás, los que buscan el éxito, los que tienen una sensibilidad artística, los observadores, los leales, los epicúreos, los que sirven de líder, los pacificadores…
Da igual a qué tipo correspondas porque todo ying tiene su yang. Las pasiones que los dominan, que cuando se desequilibran, hacen que el leal se convierta en cobarde, el perfeccionista en alguien iracundo, que al altruista lo pierda el orgullo y a los mediadores la indolencia o que el ejecutor peque de vanidoso. Todo es parte de uno mismo.
En esa dualidad muchas veces se producen en nuestro interior grandes batallas: entre hacer lo correcto o lo que nos da la gana, ser faltones o educados, egoístas o generosos, procrastinar o ser un sujeto de provecho, ser honestos, mentir o contar verdades a medias.
Las emociones se generan en la parte más primitiva de nuestro cerebro. La misma que nos hace estar alerta ante cualquier estímulo exterior y reaccionar en caso de peligro. Por eso cuando son tan intensas que desbordan la razón, se dice que reaccionamos con la amígdala. En ese rapto emocional nuevas guerras se libran dentro de nosotros, nos dividimos entre dejarnos arrastrar o comportarnos como personas civilizadas. Aliarnos con lo bajo o mantenernos fieles a unos principios, cagarnos en todos los muertos y hacer estallar la bomba atómica, aún a sabiendas que todo tiene un precio.
La verdad, no siempre uno se arrepiente de haber sido un bombero. Este post no va sobre moral si no sobre estados anímicos y personas. También sobre la necesidad de encontrar un equilibrio, porque las emociones son energía: si son malas y se nos enquistan enfermamos.
En este “conócete a ti mismo” cada cual debe encontrar su vía para canalizarlas y diluirlas. Reprimirlas no sirve. Yo por eso necesito del movimiento. Sentirme ágil y fuerte me da seguridad para enfrentarme a la vida. Para navegar por ese río que sólo recorreremos una vez, a veces a tientas, otras en aguas bravas.
Yo ahora sé que cuando termine de escribir esto me sentiré satisfecha por haberlo conseguido y poder pensar en otras cosas. Si muchos me dicen que les gusta me pondré contenta porque es una forma de reconocimiento. Si alguien me hace un buen comentario, «con fundamento», me llevaré una alegría porque también necesito la mirada del otro.
Pero también sé que dentro de unos días todo eso no será suficiente y empezaré a sentir una especie de comezón, pero como leí en alguna parte: No hay que temer a la insatisfacción porque será la semilla de tu siguiente obra. Ya si ganara dinero sería la hostia.
Qué la fuerza los acompañe. Espero que hayan tenido un buen viaje.