«Tío Paco se ha hecho trans»
Cuando me enteré de que tío Paco se había hecho trans, me quedé muy sorprendida y quise saber todos los detalles. La primera pregunta que me vino fue por qué alguien a su avanzada edad se metía en ese lío, con lo difícil que es ser mujer.
«Señoras con gafas grandes y un pasado punk»
Pero ¿quién soy yo para cuestionar a nadie cuando hago fotos, que como las define la hija de un amigo, son de señoras con gafas grandes?
«Peter se ha hecho mayor y tiene heridas»
Cuando falleció mi madre ya había entrado en la cuarentena y el ayuntamiento me puso un psicólogo. No estaba muy bien de la azotea y me tiraba los kleenex por la cabeza cuando me ponía a llorar mientras le relataba los sinsabores del pertenecer a una familia bastante disfuncional. Me gritaba:
-No me hables de ellos, háblame de ti, de lo que tu quieres.
Yo no tolero bien el exceso de vehemencia y un día, antes de irme, le contesté:
-Está bien, lo haré, pero a mi manera.
La primera foto que hice fue la de un Peter Pan que se había hecho mayor y estaba magullado y herido. Ya no paré, siempre me había expresado mediante metáforas y ahora había descubierto la manera de contar, sin necesitar ayuda de nadie y con escasos medios, historias de un sólo fotograma. De esto el psicólogo nunca supo porque no me volvió a ver el pelo.
«Tolita»
Cuando nací mi padre, que tenía todo lo bueno y lo malo de un artista, ya se había separado de mi madre, pasaba de los cuarenta, en Chile gozaba de prestigio como escultor y la gente lo llamaba maestro. Cuando empecé el colegio lo pasé mal porque era la única niña de mi clase que no aprendía a leer. En los recreos jugaba debajo de unos arbustos mientras observaba a los otros niños y me preguntaba por qué era diferente. Mi padre, para solventar el problema, un día que estaba en su taller jugando a componer una figura con unos hierros, los soldó para que se la llevara de regalo a la profesora. Se la entregué orgullosa: era disléxica, no conseguía leer, pero sabía hacer esculturas.
No sé si la estrategia funcionó porque me sacaron del colegio y me pusieron una pedagoga en casa. Enseguida vino el golpe de estado y el exilio, pero siempre quedó en mi mente la idea de que el arte sirve para que te valoren y te quieran.
«Freuda y las constelaciones»
A parte de mi padre, también tenía un hermano mucho mayor escultor, igual que mis tíos y más familiares. Mi padre había sido el primero y el que había llegado más lejos. Estas circunstancias hacían que hubieran constantes cismas, traiciones, rivalidades, peleas y amagos de infarto. Así que lo peor que se te podía ocurrir era ser un «castillito» más en la familia, y aunque era una niña fantasiosa, que se pasaba el día haciendo figuras, pintando e inventando obras de teatro, cuando me preguntaban si también iba a ser artista, miraba de reojo a mi padre y su reina consorte y con la boca chica decía:
-Yo no, yo no quiero.
En el fondo daba lo mismo lo que sacrificaras, yo lo quería más que a nadie pero estar cerca de él, y el remedo de madrastra de Blancanieves que era su esposa, era igual que transitar por un campo de minas. Inevitablemente, un día, cansada de andarme con pies de plomo y teniendo que dar la cara por todo el mundo, pisé una y estalló. Ya no me hablaron nunca más y finalmente tuvieron su coartada para desheredarme.
Como no hay mal que por bien no venga, me sentí libre y salí del armario. Era ahora o nunca, y ya talludita, me hice artista emergente.
Podría haber elegido no exponerme tanto como con el autorretrato y haberme dedicado a fotografiar muros mohosos en jardines abandonados, que me mostrasen como una persona con una sensibilidad especial, y más fáciles de defender, pero había algo que sí aprendí de mi padre: hay que trabajar a partir de tu verdad y la mía, sin yo pretenderlo, es la de nadar a contracorriente.
Ahora tengo un montón de hijas. Aunque todo artista realiza un trabajo para ser expuesto a la mirada de los demás, y esa mirada es importante como parte del proceso, no espero que le gusten a todo el mundo ni que las entiendan. Me encanta verlas impresas, bien enmarcadas e iluminadas. Me siento orgullosa cuando les dicen cosas bonitas y aguanto estoicamente los silencios. Me desvela pensar en su destino y que no se conviertan en unas ninis.
«Invocando la fuerza interior»
Cuando trabajo hay un momento mágico: después de dar mil vueltas, de pronto todo fluye y esa idea desdibujada que tenía en la cabeza se convierte en algo real.
Mi padre siempre decía que en la vida lo importante era demostrar talento, algo que escasea tanto que cuando se ve hace que toda la máquina que mueve el mundo del arte, o la de cualquier profesión creativa, funcione. Yo no creo que esa sea la única clave del éxito. Tampoco sé si tengo o no talento. No es algo que uno pueda decir de si mismo, y la opinión de tu abuelita no cuenta. Pero si se que necesitas creértelo, aunque sea mentira, para que a pesar de las incomprensiones, desilusiones, miradas por encima del hombro, traiciones, soledad, frustraciones, puertas que no se abren, sacrificios que no sabes si alguna vez tendrán recompensa, números en rojo, el vértigo que te da pensar que nunca más se te ocurrirá nada y las dudas sobre lo que estás haciendo con tu vida, vuelvas a meter la mano en el bolsillo para escarbar entre pelusas convencida de que esta vez lo que vas a sacar es un diamante.
Si ahora estuviera frente a un genio de la lámpara mágica que me pudiera otorgar un sólo talento, sería el de saber bailar en la cuerda floja, acertar con mis pasos e interpretar bien la coreografía. Salvarme de una buena hostia por andar haciendo la artista.
Ríanse, por favor:
Si hay algo para lo que no sirvo es para hablar todo el rato en serio 🙂
«Bailar en la cuerda floja»
PD: Las máscaras de tío Paco y las del bailarín son de Asier Tartás. Me gusta tanto su trabajo que en el próximo post haré un especial sobre ellas 🙂