Mientras estábamos en pleno confinamiento vi la película surcoreana Parásitos, dirigida por Bong Joon-ho. En ella la familia Kim, que vive en un pequeño apartamento en un semisótano y se ganan la vida con trabajos temporales mal pagados, después de haber conseguido colocarse todos como empleados en casa de la rica familia Park, gracias a un estudiado plan lleno de mentiras y marrullerías, cuando ya se ven felices en su nuevo estatus, durante un día lluvioso y lleno de imprevistos, se les empieza a complicar todo y salir mal. Después de una serie de peripecias que los dejan exhaustos, pero confiados en que se habían salvado de ser descubiertos, cuando vuelven a su casa empapados por la lluvia, se la encuentran inundada por las aguas residuales que no han podido contener las alcantarillas debido al diluvio. Esa noche la tienen que pasar en un polideportivo junto a todos sus vecinos. En ese momento el hijo le pregunta al padre:
-Y ahora, ¿cuál es el plan?-. El padre cabizbajo le responde:
-¿Qué plan? El único plan es que no hay plan. ¿Sabes por qué? Si haces un plan, la vida nunca funciona así. Mira a nuestro alrededor. ¿Acaso pensaron esta gente en, «Pasemos la noche en un gimnasio»? Pero mira ahora. Todos están durmiendo en el suelo, nosotros incluidos. ¿Sabes qué tipo de plan nunca falla? El no tener ningún plan.
Ya sé que es una versión libre, pero es la versión de lo que en esos momentos la película me estaba diciendo directamente a mi, agazapada en mi cama, con todos mi vida patas arriba, sin poder hacer nada por culpa de esta maldita pandemia.
En una sociedad tan adicta a la hiperactividad, a la constante búsqueda de emociones y la necesidad de ir acumulando experiencias una tras otra, de pronto cada uno, con sus propios condicionantes y miedos tenía que aislarse en su cubículo, sin saber exactamente como reaccionar, extrañados y desubicados frente a un enemigo invisible.
Conocimos la asfixia de tener que restringir nuestros movimientos, la de perder la espontaneidad en las muestras de afecto, la de la responsabilidad de no contagiarte para no contagiar, la de que la soledad se haya vuelto más soledad, la de no saber qué será de nuestro futuro. La del miedo a que te manipulen y a perder la libertad. La de no saber cuándo esto terminará.
Durante el confinamiento, para mantener la calma, muchas veces me repetía a mi misma: No pienses demasiado, déjate fluir. Blíndate ante tanto ruido y crispación. Asume lo poco que sabes, escucha las voces adecuadas, ejercita la paciencia para no discutir estupideces y teorías delirantes, no te dejes arrastrar. Olvida tu individualismo, ahora toca hacer las cosas bien.
La cínica que llevo dentro me contestaba:
-¡Qué fácil es teorizar!
Justo antes del confinamiento los pajareros pegados a sus prismáticos, habían estado siguiendo los pasos migratorios de bandadas de grullas, que con su incesante trompeteo, abandonaban la península para criar en las tierras del norte. La naturaleza siempre sigue sus ciclos y este año, lejos de sus ojos, los somormujos practicaron sus ritos nupciales. Cuando finalmente pudieron volver a disfrutar de ese placer tan íntimo de observar pájaros, más allá de los que pasaban enfrente de sus ventanas, los pollos ya estaban crecidos.
Ahora ya están volviendo las grullas a sus zonas de invernada, pero para nosotros parece que ha pasado un siglo.
Esta maldita pandemia va a durar más de lo que teníamos pensado. Hemos normalizado las mascarillas, el hidrogel y la distancia social. Nos perimetran y nos restringen los horarios pero los contagios no dejan de aumentar. Mientras el cansancio y la preocupación van haciendo mella.
Durante el tiempo que las grullas iban y venían, hemos oído a los políticos montones de veces decir que con la pandemia nadie se iba a quedar atrás, pero ahora que estamos en plena segunda ola, ya hace tiempo que sabemos que eso no es verdad, que muchos no entramos dentro del cuadradito de ningún formulario, que nos toca salvarnos solitos como buenamente podamos.
Hace ocho años hice esta foto. En esa época la marea blanca, la verde, la roja, la naranja se echaba a la calle en protesta por los recortes públicos y las privatizaciones. Se titula «Ninja herida por los recortes»
De esos lodos vienen estos barros y ahora la película se podría titular
«La violinista del Titanic»
Por suerte para mi, al menos me quedan los pájaros. Levantar la vista al cielo y maravillarme mientras me pregunto:
-¿Qué se sentirá al volar?